martes, 13 de noviembre de 2012

Una experiencia exclusiva e inolvidable: En el Taller de Paco Roncero




Llovía en Madrid. Todo era gris, la cadencia de la lluvia monótona y todos seguían su curso normal, solo que bajo la lluvia. En Barcelona, sin embargo, cuando salí de casa era aún de noche, lucía una noche estrellada. Así pues llegué a la capital sin ningún paraguas ni botas de agua. Tan solo mi plumón que, gracia da Dios tenía capucha. ¿Por qué explico todo esto? Por el impacto que sufrí al entrar en el taller de Paco.

La cita era en el Casino de Madrid, un edificio precioso, antiguo, en cuya biblioteca se rodó una parte de la película El Nombre de la Rosa. El primer contraste fue llegar empapada a ese magnífico edificio de principios del siglo XX. Me acogió un ambiente selecto, elegante, tranquilo y envolvente. Un martini rojo después, y ya nos acompañaban al segundo piso, donde está ubicado el Taller, el laboratorio de creatividad culinaria del equipo de Paco Roncero. Traspasar esa puerta fue un viaje a la creatividad y al mundo de los sentidos. Tan abrumador que no sé si voy a ser capaz de expresar tanta sensación tan solo con las palabras.
Un aromático perfume se colaba hasta lo más recóndito de nuestro cerebro. Era más que un perfume, era una esencia a comida que nos transportaba a lugares exóticos y a la vez cercanos, mientras nos lavábamos las manos en la antesala de lo que sería una especie de quirófano blanco.

Un color que representa la pureza.
Empezaba una experiencia multisensorial que no tiene precio, ya que solo se puede acceder por invitación de Paco o de uno de sus patrocinadores; Pero si tuviera precio, rondaría los 1.000 euros por cubierto.

El olor a pimienta de Madagascar, nuez moscada de Indonesia, resina Ámbar del Cantábrico y musgo de los bosques mediterráneos seguía acompañándonos mientras tomábamos asiento alrededor de la enorme mesa, también blanca y esperábamos a nuestro anfitrión.

Todo eran olores, sonidos, imágenes proyectadas sobre la mesa a veces insinuantes, a veces divertidos y el gusto desbordado con los exquisitos aciertos del equipo de Roncero.

La degustación

Empezamos con una cata de tres aceites: arbequina de Castillo de Canena, picudo de Valderrama, y koroneiki de La Boella. Se trata de "comer" el aceite y, para ello, volcamos el líquido en unos conos de obulato y los bañamos en agua azucarada; después, a la boca.

No voy a descubrir todos los platos, no quiero avanzar el final de esta experiencia que ha sido un placer descubrir. Pero avanzo algunos: Bizcocho de remolacha y yogur, kikos con guacamole; bombón de maracuyá y coco, un cornete de panceta ibérica, relleno de tartar de ostras; fresas con helado de parmesano (éste es el único que no me gustó demasiado frío para mis maltrechos dientes y filipinos de chocolate blanco con foie, espolvoreado con cardamomo.

Los platos fuertes: risotto de yogur (Mmmmm, en su justa medida de acidez); Sopa japonesa y paella hecha grano a grano, porque nos es de arroz, sino de caldo de azafrán, jugo de paella y aceite.

Un colorido postre de chocolate terminó con una experiencia única y exclusiva que ha sido regada convenientemente con diferentes vinos de denominación de origen española.

No soy de las que les gusta comer, pero esto ha sido disfrutar con todos los sentidos. El gusto ha sido definitivamente nuestro. Gracias Paco.
 

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