domingo, 3 de marzo de 2013

Un alto en el camino


Ayer tuve "una experiencia religiosa", como decía el cantante. Llevo dos meses de locos, con apenas cinco minutos para respirar y con muy poco tiempo para dedicar a ocio personal. El sábado tocaba pasarse dos horas en un espectáculo de danza en el que una de mis hijas bailaba dos minutos. Y allí estábamos.

La música empezó a sonar y los más pequeños empezaron a bailar. Yo era inmune. Sólo pensaba en lo bien que estaría en ese momento en mi casa, descansando de una semana agotadora. En la tercera canción la magia empezó a arañar mi espeso caparazón de indiferencia. Los niños que estaban bailando al ritmo de una música popular no lo hacían mal y transmitían lo bien que se lo estaban pasando.

Una tras otra fueron pasando las actuaciones y la edad de los bailarines amateurs iba aumentando a la velocidad en la que crecía mi interés por el espectáculo.

Y al final, la magia de la música y de la danza hicieron su efecto. Me sorprendí emocionada, disfrutando del momento, pero con una ligera conmoción: siempre había querido ser artista, pero mi extrema timidez, además de la falta de las habilidades necesaria, me lo han impedido.

Y allí estaba, sentada en un teatro, envidiando a los bailarines, y tomando una decisión: estoy contenta y orgullosa de lo que he hecho hasta ahora con mi vida, pero ¡Dios! Me quedan aún muchas cosas por hacer. Es el momento de empezar a hacerlas.

Quizá lo primero sea apuntarme a esta escuela de danza para poder participar en el festival de verano :-)

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